Ese niño que ví llegar a mi casa, regordete y que sonrió por primera vez conmigo, a quien tantas veces contemplaba en sus largas siestas, que lo veía tan pequeño, un día creció. Se convirtió en un muñeco que llevábamos en carreola, y lo convertimos un día, mi hermana y yo en el primer y único cliente de nuestro improvisado salón de belleza. Adquirió la costumbre de crecer, siempre, no solo en altura, sino en nobleza y desarrolló una fortaleza mental asombrosa, capaz de salir adelante en cualquier circunstancia con la frente en alto.
Hoy ese niño se ha convertido en padre, y le deseo que tenga la más maravillosa de las experiencias al lado de ese pedacito de ternura que acaban de recibir en brazos.
Todo el amor, toda la paciencia y el temple para guiar junto a su esposa, a su pequeña hija en su crecimiento. Nuestra familia está más feliz que nunca.
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