martes, 21 de junio de 2011

Estación

Por circunstancias diversas, encontré al fin un estacionamiento acorde a mi presupuesto. Cercano a una de las calles más comerciales que hay en la ciudad. En realidad ya casi no practico mi habilidad para estacionarme. Después de que tomé el curso de manejo, para conocer la ciudad pensaba que técnicamente era buena conductora, siguiendo todas las reglas de tránsito menos una. Circulo 20-30 km arriba del límite establecido. Si les hiciera caso, no me salvaría de varias mentadas a mi sacrosanta jechu. Tanta prisa, para irnos a encontrar en el próximo alto.


El caso es, que la gente que me rodea y sus sagaces comentarios me rescatan de mis propios infiernos.

Y lo del estacionamiento viene a colación por lo siguiente. La primera vez que lo encontré, en realidad no tuve mucho de donde elegir, simplemente enfilé mi egomóvil apurándome para llegar a mi cita. Pero la entrada no es más que una pendiente. Mientras veía si el estacionamiento es de los que uno tiene que buscar su propio espacio, o hay alguien que junto al reloj checador simplemente toma tu lugar y uno toma su ticket. En esos 2 segundos, sin apagar el motor, el coche se fue ligeramente hacia atrás, si nada más estaba tomando impulso. Pero, el dependiente simplemente alzó los brazos como si fuera un juego de beisbol y me encominó a que mejor dejara yo ahí el coche. La confianza en mi destreza se hizo evidente. No les fuera yo a desgraciar el negocio.


A partir de ahí, cada que hago uso de sus servicios, simplemente llego, y cualquier empleado que me atiende solo me recibe con una sonrisa y toman mi coche, lo mismo para irme, me lo dejan en la puerta de salida, hacia la calle menos transitada. No deja de causarme gracia, en esa especie de protección mezclada con compasión.

Así mi día, luego de una charla definiendo mi futuro. Me decidí a tomar un desayuno en un restaurante nuevo. Como es costumbre, tomé el libro en turno que cargo en la cajuela y mientras me despachaban leía unas páginas más. El placer siempre se acompaña de otro placer. Esto es, mientras me sirven la primera taza de café.
Luego de leer la carta del menú, me decanté por los huevos motuleños preguntando previamente si la salsa contenía chile habanero, ante la negativa del mesero, cambié la opción a unos huevos al albañil. Bien picosos. Lo sabía, en cuanto uno le pide al mesero que por favor sea picante... es invitarlo a ir con la cocinera y sonreír juntos maquiavélicamente mientras preparan una mezcla picante que incluya hasta dinamita si es posible para que el cliente quede satisfecho con un sabor al rojo vivo que no se le olvide nunca.

Aunque se me aflojen los mocos, soy incapaz de perder la sonrisa. Me recordé como hace años, junto a mi amiga, mientras comíamos unas tostadas de salchicha callejeras, simulábamos ver unos aparadores y tratábamos de contener el contenido de nuestras narices, sin más ayuda que un pedazo de papel de estraza, poco faltaba para limpiarnos con los brazos. De vuelta a estos tiempos, y luego de un entrenamiento exhaustivo con chiles habaneros, difícilmente hay salsas que provoquen tal reacción. También aprendí a tener a la mano servilletas antes de cualquier circunstancia de éstas.

Cuando pedí la cuenta, con un gesto de picardía preguntó si mi desayuno había estado lo suficientemente picoso. Eso me devolvió la confianza en la humanidad. No importa lo que uno traiga, siempre hay alguien dispuesto a hacerte reír, aún a costa de ti mismo.
Luego, me hizo un comentario sobre que era una mexicana "de las buenas". Asumí que era por el episodio enchilado. No, se refería a mi libro. Me dijo que era una lástima que en México no leyéramos mucho, y pensaba que tal vez lo mejor era leer al menos un libro por mes, a lo cual asentí con un gesto, y me dijo que en su vida tal vez ha leído como 20 libros en total...
Pues sí, así está la cosa.
Salí de ahí para continuar mi día. Horas más tarde, al pagar en la libería por una nueva adquisición me informaron que tenía 40 pesotes disponibles en su tienda. Pocas veces me acuerdo de esa tarjeta, pero en realidad sentí como si hubiese encontrado un billete en la calle, listo para usar. Tal vez ya no leo como antes, pero es bueno saber que sigue dejando más beneficios que viajes imaginarios y vivir otras vidas sin salir de casa.

Cuando me fui a casa, el viene viene de afuera de la guardería me dijo, ahora sí ya le sale a la primera no?

Una clavada en batería de reversa y en hora pico. Sí, ya me sale a la primera.

3 comentarios:

Jo dijo...

yo a veces me creo muy salsa mi zereth pero no soy tan sabrosa. Incluye manejando
el picante que aguanto y es una verguenza es si acaso la salsa esa que seguro me dará gastritis o me atarvesará el estómago y me lo ulcerará jajaj

ay este comentario parece queja de paciente...

me voy a poner a leer, a diferencia de muchas personas que a veces nos quejamos de comer solas a mi me gusta un buen desayuno en una terrazita sobre todo en estas epocas, con un buen compañero emergente
que puede ser un amigo o un libro

aprovechar el tiempo antes de que nos coma el o nos haga polvo

GERMÁN DIEGO dijo...

Me dio risa, hambre y reflexión.......

Siempre es un gusto pasar a leerte.

Zereth dijo...

Jo, son tan disfrutables los momentos a solas en compañía de un buen libro.

Germ´n, gracias a ti por visitarme!

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