jueves, 1 de noviembre de 2007

Pan de yema


Corría junto a mis primos, todos queríamos alcanzar un buen lugar, de toda la partida de chamacos, el mayor si acaso tenía 12 años, el pequeño en ese entonces era mi hermano quien no pasaba de los 4, en la carrera se topó con un guajolote que lo persiguió y salvando la poca pompa buscó el refugio de mis padres, los demás apenas y vimos la pérdida de uno de nosotros, no estábamos para contemplaciones, porque todos queríamos estar ahí, en el lugar más misterioso que teníamos: El amasijo de mi abuelo.

En estas fechas, época de muertos, mi abuelo hacía pan de yema, y todos queríamos ser ayudantes. Durante los días previos habían llegado costales de harina, cajas con huevos, mantequilla en cantidades industriales, todo estaba esperando el momento en que mi abuelo al fin decidiera abrir las puertas y dar inicio a la hechura de ese pan que muchos esperaban, propios y extraños.
Así junto a mis hermana y prima tomé un lugar junto al gran cazo donde separaríamos los huevos de su cascarón, sí, después de ver que son cajas completas ya uno piensa que se está acabando la diversión, pero no, una vez separados ahhhhh 3 pares de manitas eran la super poderosa batidora... Más allá mis primos los mayores y con más fuerzas que nosotras, luchaban pesando la harina, olvídese de las básculas actuales, era por contrapeso, así hasta tener la cantidad exacta que les habían marcado.
Lo que nunca supimos y era el paso más importante era la preparación de la levadura, yo recuerdo el aroma a naranja y anís pero mi abuelo siempre desaparecía un rato y volvía con una mezcla que tiraba sobre la harina.
El tiempo que transcurría después de que los señores que contrataban para amasar y "golpear" la masa era para nosotros interminable, nos sacaban del amasijo, nadie podía alzar las sábanas que cubrían la masa. Y "nuestro" pan estaba ya en proceso... pero entre muchas cosas lo más divertido era jugar a las escondidas, el más osado siempre se metía al lugar prohibido, y entre nosotros teníamos historias de monstruos y fantasmas, la llorona te acuerdas? sí alguien le había visto, ahhh el de las manos peludas cómo olvidarlo, seguro viene por el que raje! Éramos cómplices entre nuestras cuentos y fantasías.
Al fin, después de muchas horas, las puertas eran oficialmente abiertas. Otra vez empezaban a pesar la masa que ahora ya había crecido, esa masa diferente, estaba acolchonada, muy fresca. Pero ahora cada porción sería un pan, y así había de 1/4, 1/2, 1 kg. Y ya teníamos otra chamba, las latas apiladas, ahora las acomodábamos sobre los tablones, les embarrábamos manteca de cerdo, pregúntenme que tal suaves nos quedaban las manos que crema ni que ocho cuartos, otros los aprendices más avanzados boleaban el pan. El premio venía casi al final, un medio kilo de masa para cada quién. Y todos entonces ya éramos panaderos de nuestro propio pan. Cuídabamos celosamente cada uno su latita, mostrábamos orgullosos nuestros panes tan redonditos tan perfectos, con un toque de ajonjolí en su espaldita.
Una vez acomodados en las latas, los panes quedaban nuevamente en reposo, y se regresaba para hacerles un pequeño corte, les liberaba, eran unos bodoquitos de masa que se abrían ligeramente por la parte superior y ya tenían esa forma característica, blancos, crudos pero ya se les veía la cara de lo que serían.
Había dos hornos de leña, que bajo el trabajo de mi abuelo y algunos de mis tíos, habían empezado a calentar con trozos de ocote y leña. Hasta que estaba a la temperatura que mi abuelo deseaba a puro tanteómetro. Y con grandes palas de madera empezaba a acomodar las latas de panes grandes, medianos chicos... sí, al último eran los nuestros. Muchas horas llevaba el proceso.
Al final, cuando la primera lata de pan empezaba a formarse nuevamente, afuera, en la sala y cochera la gente estaba amontonada, ansiosos por llevarse ese pan. No faltó la señora que canasto a quién le reclamaban que quería acaparar muchos de esos panes sin dejar a los que habían llegado desde temprano por aunque sea uno.
- Don Felipe, yo siempre he venido y ya sabe que yo le espero pero que me toque.
Luego nuestros pininos de comerciantes, los panecitos eran cotizados ante los compradores curiosos, las miniaturas se iban a sus altares o alguno que otro niño que les había acompañado.
Hace varios años que dejé de comer ese pan, en un principio porque mi abuelo ya no tenía la misma energía que en otros años, posponía para la siguiente temporada, nunca fué negocio, así que todos entendimos que su oficio solo lo haría cuando pudiera disfrutarlo.
Octubre se llevó también a mi abuelo, le extraño algunas veces más que otras, sí, también el pan, que ustedes jamás probaron, pero creánme, que delicioso era.




10 comentarios:

Exenio dijo...

Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!! Quiero!!

Ah... que ya no se puede (snif)

Con cerrar los ojos y acordarme de tus líneas casi, casi, es como haber probado ese delicioso pan (babeo... claro, por baboso) SLURP!!!

Cl@udette dijo...

CON UNA EXPLICACION TAN COMPLETA COMO LA QUE HAS HECHO DE ESE DELICIOSO PAN ESTOY QUE ME BABEO EN EL TECLADO, Y NO HE DE DUDARLO QUE HA DE HABER SIDO UN PAN DELICIOSO Y 100% TRADICIONAL, NADA COMPARADO CON LO QUE HOY COMEMOS, PERO AL MENOS NOS QUEDAN DE ELLOS BELLOS RECUERDOS

SALUDOS

Anónimo dijo...

Que puedo decir, maravillosa descripción que evoca no solamente el sabor del pan, sino el sabor, el olor, el tacto, de sensaciones para siempre impresas en la memoria. Imaginé un lugar antigüo lleno de pequeños niños correteando por ahí, jugando con la masa, peleando por estar cerca del gran cazo. En fin... también evoqué aquella época remota en que yo era ayudante de cocina de mi abuelita... para hacer galletas, panes, guisados, tortillas en fin...de lo que ella estuviera preparando. O cuando mis tías hacía postres y guisos típicos. En fin soy el resultado de una cocina poblana y zacatecana que he aprendido desde niña y que ahora me gustaría tener más tiempo y paz para poder practicarla.

Miss Neumann dijo...

siempre tendras el pan de yema como recuerdo, suena delicioso!

BlackTigerX dijo...

memorias que viviran por siempre =o)

salu2

Charles dijo...

hasta hambre me dio..
que buen tema!
felicidades.. y si las memorias esas son pa compartir.

Pilar Nieto dijo...

Wow! no sólo el abuelo dejó un sello en aquellos que preparaban y consumían el famoso pan de yema...

Cuando dicen que "abueleamos" es porque algo de ellos se quedó en nosotros... ahora entiendo el por qué de tu amor a la comida. Con ese recuerdo... cómo no ibas a amar la cocina!

Besos diableca!

Pily

Anónimo dijo...

Cómo quisiera tener recuerdos como este... yo sólo recuerdo el bicicross y mis pininos de programación en la Commodore 64 :S

Te creo. Una pena que no te haya quedado la fórmula de la levadura.

La llorona, claro. Mucho más elegante y espantosa que el chupacabras y esas cosas que se inventan ahora...

Besos.

Lata dijo...

OH, qué riiico. Hace poco escribí algo sobre el pan en México (no partido político, por favor)... delicioso. Y en día de muertos leía más sobre el asunto en una exposición de altares.

Qué maravillosa experiencia esa de ver cómo se realizaba... se me antojó.

Hermanas Jimenez dijo...

en serio que es un gran manjar el pan de yema,y no hay gran manjar como el de la panaderia de las hermanas jimenez,que tienen 60 años en el paladar de los oaxaqueños,en sabor nunca se arrepentiran,cualquier personas que se le antoje un verdadero pan de yema oaxaqueño nos puedo contactar por medio de nuestro sitio web www.hermanasjimenez.com.mx saludos desde el bello estado de oaxaca...

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