lunes, 5 de septiembre de 2011

Devotas de las botas I

Recién me asomé por la ventana, mis lagañosos ojos se despertaron en otoño. No el del calendario, porque ya no recuerdo tantos cambios de estación en un solo día como los de estos últimos tiempos. Pero esas imágenes que uno se va formando durante los años, revistas, películas, historias y termina uno creyendo que otoño es sentir una ráfaga de viento frío, mientras los árboles de alrededor desprenden sus hojas. A ese otoño me refiero.


Mi estado de ánimo cambió drásticamente. A mí no me sienta bien el verano, dicho sea de paso. Durante todos los días de ese calor pegajoso, todos los días siento que amanezco con los ojos papuchos, más ojerosa, y siempre con sueño. Como si las noches de fiesta, canto y bohemia no hubiesen acabado ya. No lo digo con pesar, seguramente al igual que yo, muchas mamás que se despiertan a velar el sueño de su hijo a altas horas de la madrugada solo por el placer de verlo dormir sabrán que es un gozo distinto. Sentir a tu crío sano y salvo bajo tu cuidado.


Pero, volviendo a Otoño, y mi alegría incipiente por ese clima nostálgico. En una persona tan frívola como yo a las 10 de la mañana, no se pudo traducir más que, en abrir el clóset y elegir un atuendo. Acaricié la idea de desempacar algunos pares de botas, botines, falda o pantalón, pantalón o vestido. Así, una serie de decisiones difíciles. Medias ¿de qué color se usan ahora?

Recuerdo hace unos años cuando salí con mis botines negros y unas medias azules, luego de encogerme de hombros ante el comentario con jiribilla de mi acompañante: "¿así vas a salir?", mientras esboza una sonrisa. Esa sonrisa que te cuestiona si sigues adelante o le haces caso a alguien tan tradicional y que seguramente no lee revistas de moda. En efecto, asi salí, porque ver páginas de moda europea me hace daño. Yo que culpa tengo que les haga falta mundo a los que les parezca extraño.


Pero el asunto de las botas, y las devotas no es nada extraño en otoño, ni en invierno. Aunque algunas también las usen en primavera y para lluvia en verano. Así aunque vivan como el perro aguayo.


Yo me acuso, que he pensado que las botas tienen un efecto benéfico sobre la figura. Al ser de tacón, se alarga la figura y obliga a sostener mejor el trasero. Así, que en un día de caza, salí de paseo con unas de tacón delgado, cual femme fatale. Maldito tacón, y al paso de las horas, yo ya maldecía hasta las uñas de todo el mundo mundial. Pero una mujer como yo, sonríe y trata de mantener la compustura. Cuando me ví cerca de mi morada, y viendo que todavía nos faltaba la tradicional ida al cine, dije aquí me bajo. Requería un cambio de vestuario, o mejor dicho de calzado. Mi acompañante que goza de una honestidad brutal, mientras me espera, me dice, ¿a quién se le ocurre usar esas botas?, en cuanto me vió forcejeando como caballero sin escudero al quitármelas. He aquí el vivo concepto de la sonrisa chingaquedito. ¿A quién se le ocurre? A mí, a nadie más que a mí. De milagro tengo pies flacos, porque para esas alturas lo único que quería ponerme era unos zapatos de trapito y a esas alturas sentía que en cualquier momento mis pies se convertirían en una masa amorfa.





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2 comentarios:

Jo dijo...

debi leer esto primero! mi zereth! claro.. una debe guardar la compostura. el semblante, la postura y todo lo demas

aunque... claro tampoco tiene que ser tortura


^^

Zereth dijo...

Jo, todo se arregla con unas botas de motociclista, con las que hasta corazones se apachurran sin que una tenga que esforzar el tacón.

Por cierto, están de moda, acabo de verlas tipo botín, hebillas y suela gruesa, usadas con falda.

Ahhh qué locuras.

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